lunes, 10 de marzo de 2014

Durmiendo sobre los hechos.


Dos preguntas para empezar:

  1. ¿Qué ocurriría si repentinamente nos dormimos en un lugar cotidiano sobre hechos cotidianos?
  1. ¿Qué pasaría si nos saludáramos todos los días metiéndonos un dedo en alguna de las dos fosas nasales?
Quisiera contarles algunas de mis experiencias cotidianas de esta semana que pasó. El orden formal lo impone cada uno.

Empiezo la semana como empiezo muchas, con la mirada del mirón. Me subo al bus para ir a la universidad y lo primero que hago es recostarme contra la ventana (si logro una silla vacía) y espero.
Espero mujeres, obvio. Mujeres con leggins, ojalá negros y brillantes, o también coloridos y que no los tape ninguna camisa o algo parecido a un saco. Entonces sube una y miro. Sube otra y miro. Sube la última, no todo es tan bello y consecutivo, y no miro. Decido no mirar. Mi mente decide que esa no. Que la última aunque esté buena, fea, buenísima, fea, o como dice un cantante medio pendejo “ con la china mandarina a reventar”, no la puedo determinar y que mí mismo es un ser desagradable. Y mí mismo dice que no importa, que eso lo hacen todos y que me gustan las mandarinas. Y la mente se calla. Mí mismo hace caso omiso de la mente y mira. Y no ve nada, no hay nadie en el bus. Me había dormido antes de ver los primeros leggins. Antes de empezar a hablar de mí mismo a mi mente. Y todo porque no había dormido bien la noche anterior.
La noche anterior había visto un película relacionada con una joven francesa que decidió ser puta, prostituta o prepago, como decimos en Sabaneta (sólo en Sabaneta). Muy joven por cierto, que si mal no recuerdo estaba haciendo el amor con uno de los clientes más amables y considerados que tenía y por cosas de las películas se muere de un infarto en pleno acto coital. La película también la vio el Mono, un serio amigo que ve películas así. Por eso nos contamos la película y dijimos “si, si, mera chimba de película”. Pero recuerdo que antes de comentarla nos saludamos como de costumbre, él me dio su dedo y yo le di el mío, las fosas estaban húmedas, lo que quiere decir que estábamos bien, sanos y contentos. Que si tuviéramos cola (tema que discutimos también en grandes momentos reflexivos) nos olfatearíamos el ano como personas normales y seguiríamos nuestra vida de amigos, como si fuera normal. Pero daba risa el hecho de pensar en lo de las colas y no concebíamos nada más allá de los saludos comunes y corrientes de los dedos en la fosa. En fin, nos saludamos, comentamos la película y luego decidimos comprar cervezas para llenar la panza y hablar. Hablar frente a un bar, no dentro del bar ni a un costado, sino al frente, pasando la calle, distantes del bar. Que quede claro, lo mejor distanciados posibles del bar, pero donde se logre escuchar la música del bar. En fin. Tomamos cerveza, fumamos carambimba (que es como le dicen a los cigarros en Sabaneta, sólo en Sabaneta), llegaron más personas, todas sanas y contentas. Lo supe por el saludo. Llegaron mujeres con leggins, hermosas por cierto encajonadas en sendas licras coloridas. Nunca antes había notado lo llamativas que son estas prendas de vestir, aunque cierto día lo experimenté en un bus rumbo a la universidad -pero eso es tema aparte-. Seguimos la charla hasta que comenzó a llover. No era llover llover, era LLOVER. Una tormenta que nombran Llover (sólo en Sabaneta), algo así como un enamorado con dos eles. Una tempestad de agua y truenos que nos hizo correr hasta algún techo o escampadero. Cuando logramos alcanzarlo sequé mi rostro con la parte baja de mi camisa y cuando terminé, abrí los ojos y como si ya me hubiera pasado antes, las personas no estaban, no había nadie. No había un alma, todo solo, cerrado y Llover ya se había marchado. Me había quedado dormido. Dormido bajo el techo que habíamos buscado durante la tempestad. Y todo por no dormir bien la noche anterior. Porque la noche anterior me encontraba divagando en medio de cervezas negras en la casa de la novia de un basto personaje muy amigo y conocido en Sabaneta. Y los hechos ocurridos terminaron en tragedia hasta muy entrada la noche.

Continúa la próxima semana...

El loco V.

Los chinos son la verga




Después de ver muchos vídeos en RedTube llegué a la conclusión que las asiáticas son las mejores para ese oficio.No importa lo que digan ni como lo digan igual uno siempre cree que están excitadas porque hablan como llorando y lo dicen de manera sensual así hayan dicho "HIJUEPUTA".
Y no solo en el porno, en estos días estaba viendo un documental acerca de Ingeniería genética llamado La granja del Dr. Frankenstein . La isla del doctor moreau se quedó en palotes frente a este documental, allí aparecían conejos que alumbraban en la oscuridad, toros más cuajos que Schwarzenegger, pollos que crecen sin plumas y miles de especies jamás imaginadas. 
y aunque en el documental aparecían científicos, periodistas y doctores; gringos, belgas y 
alemanes leí por ahí que eran actores y que los verdaderos responsables de estas mutaciones o cambios 

"bien intencionados" en la naturaleza son obra de los chinos.

Y aunque uno encuentra mucha basura en Internet yo le creo a ese articulo que afirmaba lo 
anteriormente mencionado, es que tiene mucha coherencia ¿Cuantos años haciendo arroz chino
y nunca se les agotaban los insumos? claro tuvieron que ponerse a crear sus propios animales
para así mejorar la calidad de sabor.
No hay más perseverancia y disciplina que la tienen los chinos, ¿Ustedes no han visto esos restaurantes?
por más solos que estén, así nunca vaya gente y así no vendan un puto plato durante todo el mes ellos
nunca se quiebran.

En estos días mientras iba rumbo al trabajo en el metro me encontré a Erika Holguín, una vieja amiga del 
colegio. A ella le decíamos "La china" por sus ojos rasgados, pero ella si era bonita. Me contó que
se había casado, ahora iba por su segundo matrimonio, tenía 3 hijos y ahora se iba a poner a terminar
la carrera. Ahí confirme todo, no solo los que vienen de china son la verga, si no también los que tienen
el apodo.

Santiago Cano (basto).

Prefiero la revancha



El 5 de octubre de 2011 murió Steve Jobs. Al día siguiente todo el mundo estaba en las librerías comprando su biografía. La gente buscaba en sus páginas el secreto del éxito, esos momentos claves de la vida de Jobs  que lo llevaron a ser protagonista principal de la primera década del siglo XXI. Lo que seguramente desconocían estas personas, es que el éxito no es otra cosa que un golpe de suerte, que el trabajo duro y la dedicación no garantizan nada. El éxito es estar en el lugar adecuado en el momento preciso, es un capricho del azar, es una voluntad esquiva, es como ganarse la lotería.

El éxito no tiene un lugar importante en mi vida, nunca me he esforzado por ser el mejor en nada, me da lo mismo ser primero que segundo, tercero o último. Me gusta más ser un perdedor en primera instancia, porque por encima del éxito prefiero la revancha, perder para luego levantarme, como Jimmy García, el boxeador del Lavandería Real. Porque nada mejor que sentir los rigores de la derrota para después ponerse de pie y superar al único rival que a la final importa, uno mismo.

*De importarme el éxito, tampoco me hubiera leído la biografía de Steve.

*Jobs, de Joshua Michael Stern, es la última película que he logrado verme completa.

*Todavía no sé muy bien si Steve fue protagonista principal o antagonista principal de este comienzo de siglo.

Por El viejo Hugo / Lunes 10 de marzo de 2014