martes, 25 de marzo de 2014


Ella

Cuando pensaba que no había espacio en mi corazón para una mujer distinta a Catherine, la ex esposa de Theodore en Her, apareció de nuevo ella. 

Digo que apareció de nuevo ella porque había desaparecido hace años cuando se bajó del bus en que la conocí. Yo no tenía facebook en ese entonces y no fui capaz de pedirle el teléfono. Tampoco le pregunté cómo se llamaba. Yo siempre he sido muy torpe con las mujeres, me pongo muy nervioso.

Lo peor de todo fue que no pude grabarme bien su rostro, en parte porque venía muerto de sueño de clase de seis de la mañana y en parte porque casi todo el tiempo le miré los labios, de donde salía una voz que andaba un poco afónica, que iba y venía entre palabra y palabra. Luego su cara se fue desvaneciendo con el pasar de los días en los rostros de otras mujeres.

Chao, nos estamos viendo, fue lo que me dijo, mientras comenzaba a escurrirse entre la gente, pero no, no la volví a ver. Entonces en adelante comencé a esperarla en el bus, todos los días lo tomaba con la esperanza de verla subir, me preparaba para saludarla, para seguir la conversación del otro día, eran diez minutos de incertidumbre entre mi casa y el lugar donde ella debía montarse (creo) pero nunca lo hizo. Entonces el resto de camino hasta la universidad se me hacía eterno. Y pasaba lo mismo de vuelta y la misma incertidumbre y la misma desazón.

La otra vez fui a Pizza en Leña con unos amigos de la universidad y saludé a una chica pensando que era ella. Luego clavé la cabeza en el plato y no volví a levantarla hasta que se fue.

Esa mañana cuando volví a verla también estaba más dormido que despierto. Pude saber que era ella desde lejos: look perfecto, piel blanca, 175 cm, piernas largas y dedos cubiertos, pelo ondulado y coleta de samurai. Otra vez yo en un bus, pero esta vez ella abajo. Venía caminando de la mano con una viejita, seguro era la abuela; hablaba y revoloteaba la mano que llevaba libre como explicando algo. La miré y la miré y la miré esperando que me viera, pero no, no me vio.

Ellas se alejaron y sentí que todos miraban como me derretía y me regaba entre las bancas del bus. Desde ese momento pienso mucho en ella: cuando dibujo o escribo, cuando escucho una canción y cierro los ojos o simplemente cuando no tengo nada en que pensar o voy caminando por ahí. No sé si vuelva a verla, a cruzármela y hablarle. Pero en realidad la prefiero así, prefiero que jamás nos encontremos, porque de un tiempo para acá me gustan más las musas lejanas, que no exigen nada a cambio por la inspiración, que no requieren de cuidado ni compromisos. Porque suficiente tengo con cuidarme a mí mismo.

El viejo Hugo

22 de marzo de 2014