Completo una semana en la
cuerda floja, tambaleándome entre la sobriedad y la beodez. Regresé a algunos
lugares y comprobé que la nostalgia hacia ellos no era un engaño de los
recuerdos ni una conexión automática de la memoria con buenos momentos de mi
vida que allí pasaron. Me reencontré con viejos amigos y descubrí que nuestra
amistad permanece intacta y que el tiempo no los ha cambiado.
He sido un irresponsable,
pero esa irresponsabilidad ha hecho que me olvide por un momento del estrés de
mis responsabilidades actuales y eso es bueno. No suelo exteriorizar mucho las
emociones, pero algunos pudieron notar la incertidumbre que siento al no saber
qué va a pasar en el futuro inmediato.
Encontré algunas puertas
cerradas, así estaban antes de yo llegar y así seguirán estando para todos los
que lleguen, excepto para esa única persona en el mundo que merezca entrar por
ella y que ahí adentro esté lo que de verdad necesita. Tengo un montón de
recuerdos sin conexión de todas estas últimas noches, sin conexión como los
párrafos de este texto, pero tan míos como nadie. Recuerdo un par de
conversaciones sobre los intelectuales en la que no pude conectarme, otra en el
Parque del Periodista sobre baños y sanitarios y urgencias inaplazables también
algunos pasajes álgidos en una floristería donde había más trago que flores, y
por último un par de miradas difíciles de olvidar, que luego recordé con
detalle porque les tomaron una foto.