Hechos
cotidianos, vacíos cotidianos.
Es
un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo.
Cita
a la Náusea. Jean-Paul Sartre
No
era de esperar que la oscuridad llegara tan pronto. Me movía a una
velocidad imperiosa, sobre una motocicleta impetuosa y hacia un vacío
imperante. La naúsea permanecía en el pecho sin remordimiento. Me
encontraba insatisfecho, inconcluso, con una voz interior cada vez
más apagada que tenía el único propósito de abandonarme en la más
pura soledad. Miraba por momentos hacia atrás, allá donde queda el
vasto mundo que ahora no parece ni mío ni de otros. Un terreno
fatuo. Un desierto sin seres para la muerte y sin seres para el
inicio.
Pronto
llegué a divisar un enorme movimiento, un gusano que parecía
devorar todo lo que pasaba por su lado y que además de tragárselo
sin compasión, desaparecía cuanta luz y cuanta materia,
impertinentes, acariciara su grandeza. Ahora sabía que mi
desaparición total estaba cerca. Aunque no estaba seguro si
desaparecería por completo, era imposible determinarlo. Y era
incierto porque tal vez obraba de manera alienada, pensaba desde un
juego mental, un juego lógico. Declarar que alguien o algo
desaparezca en un vacío traga materia sabiendo de antemano que el
vacío es vacío por su carácter inexistencial porque nada existe en
el vacío a menos que aparezca algo, no sería en tal caso vacío.
Repito que es un juego lógico porque lo lógico hace que las cosas y
los hechos, en muchas ocasiones, se mantengan en la superficialidad y
se mantienen en ésta, en este caso, porque la nada desde su raíz
etimológica “res nata” quiere
decir cosa nacida. Punto.
Repentinamente,
estando a punto de desaparecer o de renacer, empecé a recordar
eventos vividos en el pasado, una serie de hechos aparentemente
desconexos entre sí pero relacionados por medio de sueños, de
irrelevantes pérdidas de conciencia. Empecé a verme arrojado en
alguna que otra callejuela, con pintalabios en el cuello, botellas en
las manos, risas por doquier, asistiendo a orgías comunitarias;
islas de la fantasía que hasta ahora no logro descifrar y que
lograron atraer mis desapercibidos deseos. Escuché el más horrible
sonido del jazz mientras vagaba por los los desiertos de un maldito
escritor que nunca se dejó categorizar. Bajaba y subía al mismo
paraíso por medio de sueños intermitentes, sueños que tal vez me
salvaron de una muerte banal en el lugar más banal del mundo, pero
que al mismo tiempo me aislaron, me desligaron. Y ese dormir
intermedio argumentaba cualquier hecho posible, cualquier vivencia
que se conectara con otra sin necesidad de detenerse en explicaciones
tontas. Significaba una posibilidad para huir, para salir caminando
sin explicarle nada a nadie, sin mirar atrás y con el cigarro en la
boca. Algunas veces tropezando de lado a lado, otras veces
sigilosamente, como si fuera una pequeña rata. En todo caso, con la
coartada de antemano elaborada. Fue así como recordando sin más
otra sarta de hechos parecidos desperté de la divagación producida
por la nostalgia y me enfrenté al peso puro y duro de la gravedad.
Una gravedad aplastante, deformadora, gloriosa. Una fuerza jamás
conocida pero no por ello descartable. Una gravedad que me transportó
inmediatamente a un presente prosaico, mas no fatuo:
Ahora
que me aproxima el vacío con su enorme gravedad hacia su centro -si
es que tiene centro- no deja mi cuerpo de añorar esas horas pasadas,
ese espacio habitado por otros y por ninguno, las fosas nasales que
sólo fueron cómicas en su pensar pero muy serias en su quehacer.
Esos momentos inicialmente banales, posteriormente discutibles,
deseables y, finalmente, decisivos. Ahora el
vacío me vio diferente, ahora
me acercó y me disolvió. No me dio más opciones que volverme de
nuevo hacia lo mismo, hacia lo irremediablemente mortal. Me desfiguró
y me reconstruyó para volver al inicio con otro prisma visual, para
sacarme la mano de la nariz y lograr saludar. Para despertar de los
hechos cotidianos y enfocar la mirada muy aguda sobre ellos mismos
desde un espacio diferente. Experimenté entonces, al tocar el
inmenso y negro vacío, una simultánea sensación explosiva de un
hermoso Jamais vu y un
confuso Dejà vu, y
entonces... desaparecí.
Y
espero contra la ventana. Y lo primero que hago es recostarme para ir
a la universidad. Me subo al bus. Con la mirada del mirón, como
empiezo muchas, empiezo la semana...