jueves, 22 de mayo de 2014

Hechos cotidianos(III)



Hechos cotidianos, vacíos cotidianos.

Es un muchacho sin importancia colectiva, exactamente un individuo.
Cita a la Náusea. Jean-Paul Sartre

No era de esperar que la oscuridad llegara tan pronto. Me movía a una velocidad imperiosa, sobre una motocicleta impetuosa y hacia un vacío imperante. La naúsea permanecía en el pecho sin remordimiento. Me encontraba insatisfecho, inconcluso, con una voz interior cada vez más apagada que tenía el único propósito de abandonarme en la más pura soledad. Miraba por momentos hacia atrás, allá donde queda el vasto mundo que ahora no parece ni mío ni de otros. Un terreno fatuo. Un desierto sin seres para la muerte y sin seres para el inicio.

Pronto llegué a divisar un enorme movimiento, un gusano que parecía devorar todo lo que pasaba por su lado y que además de tragárselo sin compasión, desaparecía cuanta luz y cuanta materia, impertinentes, acariciara su grandeza. Ahora sabía que mi desaparición total estaba cerca. Aunque no estaba seguro si desaparecería por completo, era imposible determinarlo. Y era incierto porque tal vez obraba de manera alienada, pensaba desde un juego mental, un juego lógico. Declarar que alguien o algo desaparezca en un vacío traga materia sabiendo de antemano que el vacío es vacío por su carácter inexistencial porque nada existe en el vacío a menos que aparezca algo, no sería en tal caso vacío. Repito que es un juego lógico porque lo lógico hace que las cosas y los hechos, en muchas ocasiones, se mantengan en la superficialidad y se mantienen en ésta, en este caso, porque la nada desde su raíz etimológica “res nata” quiere decir cosa nacida. Punto.
Repentinamente, estando a punto de desaparecer o de renacer, empecé a recordar eventos vividos en el pasado, una serie de hechos aparentemente desconexos entre sí pero relacionados por medio de sueños, de irrelevantes pérdidas de conciencia. Empecé a verme arrojado en alguna que otra callejuela, con pintalabios en el cuello, botellas en las manos, risas por doquier, asistiendo a orgías comunitarias; islas de la fantasía que hasta ahora no logro descifrar y que lograron atraer mis desapercibidos deseos. Escuché el más horrible sonido del jazz mientras vagaba por los los desiertos de un maldito escritor que nunca se dejó categorizar. Bajaba y subía al mismo paraíso por medio de sueños intermitentes, sueños que tal vez me salvaron de una muerte banal en el lugar más banal del mundo, pero que al mismo tiempo me aislaron, me desligaron. Y ese dormir intermedio argumentaba cualquier hecho posible, cualquier vivencia que se conectara con otra sin necesidad de detenerse en explicaciones tontas. Significaba una posibilidad para huir, para salir caminando sin explicarle nada a nadie, sin mirar atrás y con el cigarro en la boca. Algunas veces tropezando de lado a lado, otras veces sigilosamente, como si fuera una pequeña rata. En todo caso, con la coartada de antemano elaborada. Fue así como recordando sin más otra sarta de hechos parecidos desperté de la divagación producida por la nostalgia y me enfrenté al peso puro y duro de la gravedad. Una gravedad aplastante, deformadora, gloriosa. Una fuerza jamás conocida pero no por ello descartable. Una gravedad que me transportó inmediatamente a un presente prosaico, mas no fatuo:
Ahora que me aproxima el vacío con su enorme gravedad hacia su centro -si es que tiene centro- no deja mi cuerpo de añorar esas horas pasadas, ese espacio habitado por otros y por ninguno, las fosas nasales que sólo fueron cómicas en su pensar pero muy serias en su quehacer. Esos momentos inicialmente banales, posteriormente discutibles, deseables y, finalmente, decisivos. Ahora el vacío me vio diferente, ahora me acercó y me disolvió. No me dio más opciones que volverme de nuevo hacia lo mismo, hacia lo irremediablemente mortal. Me desfiguró y me reconstruyó para volver al inicio con otro prisma visual, para sacarme la mano de la nariz y lograr saludar. Para despertar de los hechos cotidianos y enfocar la mirada muy aguda sobre ellos mismos desde un espacio diferente. Experimenté entonces, al tocar el inmenso y negro vacío, una simultánea sensación explosiva de un hermoso Jamais vu y un confuso Dejà vu, y entonces... desaparecí.

Y espero contra la ventana. Y lo primero que hago es recostarme para ir a la universidad. Me subo al bus. Con la mirada del mirón, como empiezo muchas, empiezo la semana...