jueves, 15 de mayo de 2014

Izquierda (Parte I)


El viernes me desperté temprano y me levanté de la cama con el pie derecho, fue la primera acción de derecha que hice ese día y tal vez, junto al baño, la única. Luego desayuné pobremente con pan y malta con leche. Empaqué dos libros, cuatro lapiceros y una libreta de bocetos en el morral y caminé hasta el paradero para tomar el bus que me llevaría al centro de la ciudad. Como ven, de resto, todo un coctel de izquierda. Es decir, una tapetusa.

Había quedado de encontrarme con el Mono en los alrededores de su universidad para luego ir al teatro Pablo Tobón Uribe para escuchar la charla que darían el historietista Liniers y el músico Kevin Johansen. La mañana estaba fría y unos nubarrones negros y gigantes amenazaban con dejar caer sobre los humanos un aguacero bíblico. Así fue, recién iba a mitad de camino cuando la tormenta se desató y empapó casi todo.

Comencé a sentir pánico cuando el bus se fue quedando vació. Sólo permanecían en las bancas personas feas y mal vestidas. La ciudad afuera también se había puesto peor y eso que había parado de llover un poco. Repasé un par de veces en el mapa de Google cómo llegar hasta la universidad del mono: tres cuadras a la derecha por la Oriental hasta la Avenida la Playa, luego tres calles hacía arriba, después dos a la derecha y por último una hacía arriba. Fácil.

Antes de llegar al final de la ruta, donde debía bajarme y comenzar a caminar, el bus pasó por un par de calles repletas de cuerpos sin alma, bestias de ciudad hambrientas, peligrosas vidas abandonadas, apagándose en las pipas de kilométrico y papel aluminio, dispuestas a desgarrar cualquier pulcritud que se cruce por su camino. Hasta la más inofensiva de esas fieras me haría añicos con sólo notarme. Entonces sentí un temor inexplicable por mi vida y un pesar agobiante por esas sombras de humanos que parecen caminar en vida por los primeros círculos del infierno de Dante.

No tuve más remedio que bajar del bus y caminé tan rápido como pude. Toda cara era sospechosa, cada paso que daba era una victoria de la vida sobre la muerte, no miraba para los lados, trataba de disimular el miedo. Me vestí lo menos llamativo posible y llevaba el morral, se notaba que era estudiante y los estudiantes no tienen en que caer muertos, eso pensaba. En medio de la carrera por mantenerme a salvo se me confundieron las cuadras, las derechas y las izquierdas, parecía un batido de política colombiana. No perdí la calma, tampoco el ritmo, entonces comencé a seguir con disimulo a las niñas del CEFA, un colegio que queda al lado de la universidad del Mono. Ellas fueron mi guía.

Cuando llegué ya el Mono estaba afuera comiéndose un pastel de arequipe y nuestro encuentro fue casi un milagro, porque dependía en gran medida de la puntualidad y de lo que habíamos acordado temprano por Facebook, ya que el mono no tenía celular y la comunicación era difícil. Faltaba más de una hora para el conversatorio, entonces caminamos despacio por calles conocidas, donde hace unos meses habíamos visto a unos camajanes chutándose heroína y Cándida Franco nos había contado sobre una obra de teatro donde una gente desnuda arrastraba unos catres por las tablas, lo que nos confirmó al Mono y a mi que odiamos el teatro.

El clima era fresco, una brisa ajena al centro refrescaba el medio día. La gente se apeñuscaba en los restaurantes tratando de almorzar. Había ambiente de viernes. Llegamos hasta el Parque del Periodista para tomarnos unas cervezas en un bar donde el Mono había estado antes. Los árboles del parque los estaban podando y la gente alrededor observaba la peluqueada, un poco maluqueados algunos, con los estragos del chorro y la harina en sus caras, se tambaleaban.

El bar era un pequeño cuchitril largo y estrecho en un extremo del parque. El indio de camiseta apretada que lo atiende nos saludó eufórico. En la barra había unos borrachos con cara de nada y un par de ex punkeros vieja guardia, elegimos ir hasta el fondo porque se veía más fresco y tranquilo. El indio tenía la música a todo taco y a duras penas podíamos hablar. Nos gritamos algunas preguntas mientras veíamos Win Sports. Allí escuchamos un álbum completo de Maná, algunos éxitos de Los Prisioneros, una canción de Los Ilegales y un par de Pixies, que nosotros pedimos. Un metalero muy patético, como casi todos, que tranquilamente se había tomado una garrafa de alcohol industrial y se había esnifado media libra de tiza picada y que no sabía de agua hace algunas semanas, se paro en la entrada y comenzó a hablar con los otros borrachos. Al cabo de un rato se sulfuró y pasó rápidamente de amenizar a amenazar...

Los Ilegales - Ella saltó por la ventana

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